30 de mayo de 2011

Yo seré una víctima, pero vos una psicópata conchuda

Por qué se nos hace tan difícil abandonar a nuestros terapeutas? Por qué resulta tan tortuoso ese momento frente a frente con la persona que más sabe de tu vida y tus miserias? En este post, mi paso por la psicología y algunos consejos para mandarlos a la reconcha de su madre sin tanta explicación freudiana.

Obligada por mi madre, fanática empedernida del psicoánalisis, desde los 6 años que hago terapia. Después de divorciarse de mi padre decidió que mandarme a hacer terapia era crucial para que grandes y horrorosas maldiciones no cayeran sobre mí y me arruinaran la vida para siempre. Y yo, yo sólo quería la casa de las barbies, leer la revista Billiken y que mi perra Manola estuviera conmigo para siempre, el resto me importaba un carajo. Vieja, te juro que tu divorcio con papá no me afectó un pelo. Pero ahí estaba, con 6 años, sentada en algún living de algún edificio del microcentro, rodeada de bibliotecas de madera, de potus, de alfombras y alfombritas y lámparas y lamparitas, con una señora que me hacía preguntas, asentía mucho con la cabeza y anotaba cosas. Su diagóstico: "una necesidad imperiosa de llamar la atención". Elemental Watson, tenía 6 años y a menos que fuera autista, necesitaba de otros seres para mi recreación.

Y así pasé por los livings de varias mujeres de anteojos feos, practicantes de las distintas ramas de la psicología que lanzaban sus brillantes diagnósticos acerca de mí: falta de atención, edipo, histrionismo, miedo al abandono y el último de todos: víctima. Y si mi memoria un tanto afectada no me falla, no recuerdo ni a una sóla de ellas darme de alta, lo que implicaría inevitablemente dar de alta a mi pobre bolsillo, que durante todos estos años quedó mucho pero mucho más traumado que yo.

La primera vez que intenté con madurez y por razones obvias abandonar a mi 5 ta terapeuta, me costó un año, con aumento de arancel incluído. La muy descarada se quedaba dormida. Sí, se quedaba dormida (en mi cara) mientras le hablaba. Intenté cambiar el horario para corroborar que fuera ese justo y exacto momento del día y no yo la que producía tal efecto soporífero en ella, pero tampoco dió resultado. Entonces decidí eso que tan difícil resulta decidir: abandonar al terapeuta. Y juro que nunca algo me costó tanto, ni dejar a un novio (confirmado por un estudio realizado en la universidad de Michigan y titulado: "Dejar al terapeuta es más difícil que la mierda", pero en inglés).
Cada jueves tocaba la puerta convencida de que ésa vez la iba a abandonar, y salía por esa misma puerta derrotada por el sicoanálisis una vez más. Pero un día se lo dije, con miedito, con voz temblorosa, con ojos esquivos: "no quiero venir más, susana". Y de repente, no sé cómo, pasé de un segundo a otro a necesitar un psiquiatra y terapia 2 veces por semana.

Una vez que pude librarme de ese vampirismo cerebral y monetario, meses después cometí el gravísimo error de reiniciar mis actividades terapeúticas en un pequeño centro cerca de casa y por una módica suma, suma que tampoco le escapó a la inflación, por lo que esta vez me vi obligada a tomar de nuevo esa espantosa decisión de abandonar a mi terapeuta. Y lo hice, pero no me dejó. Y yo dejé que no me deje. No sé cómo pero hacen eso las muy putas. Empezó con qué si no me compraba botas tan caras, porque las botas que yo tenía puestas eran "botas caras", quizás podía pagar terapia, que era más importante que lucir botas caras. Y me convenció. Me psicopateó y me convenció. Y entonces reduje/o mis sesiones a una vez cada 15 días, pero charlar con el verdulero una vez por semana me resultaba muchísimo más productivo.

Y entonces dije: "BASTA. Me tienen podrida. Hacer terapia es una decisión mía, no de Freud, y seguro que Freud no le miraba las botas a nadie. Estoy cansada de estas anteojudas trepadoras, voy a ir y le voy a decir...no, mejor la voy a llamar, si, voy a hacer eso, la voy a llamar." Y la llamé. Y me dijo víctima la muy conchuda. Víctima aplicado a todos los conceptos de mi vida, con una interesante reducción a "víctima de mi propia economía".

Sí, soy una víctima de mi economía porque no llego a fin de mes, porque vivo en un país donde el índice del sanguche de milanesa según Chiche es de 13 pesos, y porque me hace más feliz comprarme botas caras que hacer terapia, pedazo de conchuda.

1 pensamientos:

Morocha dijo...

Clap,clap,clap.
Aplauso cerrado, bah.