10 de noviembre de 2011

Comer delante de culpógenos

La culpa debe ser más prehistórica que el jabalí. Yo la siento como si fuera algo hereditario, casi incuestionable. Cuando me agarran los ataques de culpa, son tan sanguíneos, que me desestabilizan por un rato. La ultima vez lo tuve en un freddo. Por suerte llegamos a un acuerdo con la culpa. Ella quería un cortado solo, yo un cucurucho de frutilla y chocolate. Así que me pedí un cortado con un cuadradito helado de frambuesa, y quedamos las dos contentas. Me senté con mi bandejita y disfruté cada bocado de ese cuadradito, y cada sorbo de ese café, con sabor a victoria.
Entonces entró una chica de unos 23 años, de la mano con su novio. Los dos estaban vestidos de deportistas, como si vinieran de hacer una rutina intensa. Cada paso que daban era un vals de endorfinas satisfechas. Ella se acercó a la caja y se pidió un cucurucho. Tenía el culo más parado, redondo y perfecto que vi desde la última vez que dejé 5 minutos de showmatch en mi televisor. Se sentó con el novio, cucurucho en mano, y se lo engulló sin ninguna culpa ante la mirada de todos. Qué injusticia.
Comer delante de culpógenos es mucho peor que comer delante de los pobres.

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