15 de abril de 2009

Los Monologos del Pelo

Las mujeres siempre creemos que si nos cortamos el pelo se van a solucionar todos nuestros problemas, como si cambiarnos el look nos hiciera sufrir una suerte de cambio de personalidad, y de vida. Pero de lo que no nos damos cuenta es que lo único que logramos al salir de la peluquería es sumarnos un problema más, al menos por la próxima semana.
No nos gusta, no es lo que queríamos, hizo lo que quiso, o peor: solo nos quedó bien el día que nos lo cortamos. Lógico, el peluquero tiene ese no se que en las manos y en sus mágicos aerosoles que hacen que tu pelo se vea bien solo por un día, o unas horas. Y como sabemos que eso es así, tratamos de pasar la mayor cantidad de días posible sin bañarnos. Sí, sin bañarnos. Todo para que ese glorioso momento de tu pelo post salón de belleza se prolongue la mayor cantidad de tiempo posible.

Pero todo se desvanece en un segundo en cuanto te das cuenta que necesitas un baño y por ende tu cuerpo, y tu pelo, tendrán que entrar en contacto con el agua de la ducha.
Hablemos entonces de esos días sin bañarnos para que el corte y la magia que trajimos de la peluquería no desaparezcan tan rápido como el pelo que perdiste. Ni siquiera nos atrevemos a la gorra de baño, porque cualquier error de cálculo podría arruinarlo todo. Entonces surge ese consuelo convencedor en nuestras mentes: "Si me lavo las partes, nadie se va a dar cuenta, total el resto de la piel no se ensucia."

El lavado de partes se hace entonces indiscutible, y esencial. Jabón en las axilas, una buena limpieza de rostro, cremas con olores y mucho perfume. Y claro, le prohibimos a nuestras manos tener contacto con el pelo, no vaya a ser que se engrase más. Pero llega un momento en que se nos nota. Y se nos nota en el flequillo. El pelo se esta empezando a engrasar por completo, hasta las puntas, y no hay nada que hacer. O si. Y es entonces cuando la idea de lavarnos solo el flequillo empieza a dar vuelta por nuestras mentes, hasta que resulta tan indiscutible como el lavado de partes. Total, que tanto puede modificar un simple y rápido lavado de flequillo a nuestro frágil, espléndido y un poco engrasado corte de pelo?

Entonces empezamos el proceso. Buscamos una toalla para tener a mano y nos dirigimos al lavatorio más espacioso de la casa. Apenitas de shampoo en los dedos, agua, y agachamos la cabeza, en los dos sentidos. Con sumo cuidado de no cruzar los limites que nos impusimos como “flequillo”, comenzamos con el lavado. Y por un segundo pensamos lo ridículas que debemos parecer vistas de afuera con el cuello torcido y la cabeza metida adentro de la pileta del baño.
Y bueno, todo este sacrificio para que finalmente el corte permanezca en su lugar uno, quizás dos días más. Un sacrificio que de verdad vale la pena porque mañana salís con un chico y necesitás ese día de changüí para que te vea renovada y le gustes más...más todavía? Si, más. Hay una nueva vos mejorada que él no conoce, y es ésta.

Y cuando llega ese día, y vos y tu pelo están haciendo fuerza para jugar el ultimo partido, él no te mensajea. Las tres de la tarde ya te parece una hora digna para empezar la cuenta regresiva a un mensaje, un llamado, algo. Cuatro, cinco, seis, siete de la tarde, nada. Un esfuerzo más, un pelín más. Diez de la noche, nada. Entonces toda tu dignidad desaparece cuando empezás a escribirle un mensaje de texto al mejor estilo: “en qué andás”, como si vos también te hubieras olvidado que hoy quedaron y solo querés hacer un check in desinteresado. Dudás varias veces en mandarlo hasta que apretás “enviar” con el pulgar bien fuerte, convenciéndote a vos misma de que estás recontra segura de lo que estás haciendo. Todo sea por tanto sacrificio. Pero lo sacás rápido, porque te acabás de arrepentir y tenés la esperanza de que no se haya mandado. Otra vez nada. No te responde. Indignada te decís a vos misma que no pensás estar pendiente de él, que se vaya a la mierda, que total no tenías tantas ganas de verlo, aunque curiosamente ahora tenés más ganas que nunca. La cuenta regresiva llegó a cero.

Necesitás bañarte para sacarte toda la mufa y decidís terminar con esta farsa en tu pelo. Entrás en la ducha y...no lo podés creer. La felicidad era esto, pensás. “Como pude haber estado tanto tiempo privándome de este placer por un peinado del orto?”. El jabón huele mejor que nunca y el shampoo casi que te cambió la vida. Podríamos hasta decir que sentís como barre con la mugre que venís acumulando todo estos días en tu cabeza.

Y salís completamente renovada, no podés parar de olerte. Hasta se te agudizó el sentido del olfato. Quizás porque todo este tiempo preferías no oler. Y te dan ganas de quedarte en bolas un rato largo, aunque cuando te acercás a alguna ventana, por más que esté cerrada, te agarra un poquitito de pudor. Huevadas inevitables que le pasan a uno.

Mientras te secás el pelo con la toalla, sin que te importe nada de nada ese peinado perfecto que tanto hiciste por conservar, ves que tu celular sobre la mesa ratona titila. Tenés un Nuevo mensaje, y es de él. “Nos vemos?”.

Que injusta es la vida.

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