15 de abril de 2009

Fletero, en vos confío

-Hola si. Llamaba para pedir un flete?

Cuando vamos en un taxi solos, hablando por teléfono, o subimos con un amigo/a, decimos cosas de nuestra vida privada y nos desenvolvemos como si el tachero no existiera, no tuviera oídos, fuese idiota y no haya la mas mínima chance de que entienda de lo que estamos hablando, o simplemente nos da igual que esté.

Pero también está el otro extremo, en el que, sin saber cómo, terminamos hablando con él acerca de por qué nos dejo una novia, del signo que somos, lo que almorzamos ese dia, o de la cantidad de veces que nos rompieron el vidrio para llevarse nuestro estereo, haciendo ese gestito de indignación con la cabeza hacia los lados, tan vulgar.
Y ni hablar de las increíbles historias que nos terminan contando acerca de maridos infieles, travestis, secuestros y demases que ya conocemos todos. En fin, el tachero es, fue, y será siempre un gran conocedor de nuestras vidas privadas. Estará presente en peleas telefónicas, primeros besos en taxis, borracheras (con vomitos incluidos), la salida de la casa de una y la entrada a la de otra, (u otro, por qué no), alguna que otra mano por debajo de la pollera (con ayuda del espejo retrovisor, claro – sobre todo esos que tienen como un espejo redondo sobre el espejo, con aumento). Sabe a donde vamos, de donde venimos, como nos vestimos, como olemos, con quien salimos. Todo.

Pero hay alguien mucho mas infiltrado en nuestras vidas privadas que un taxista.

Alguien que entra en tu casa, mueve tus cosas de un lugar a otro, sabe como es tu cama, tus sillones, tus muebles, tus mascotas, tu ropa, tus adornos, con quien vivis, con quien ya no vas a vivir, y a donde vas a vivir con quien ya no vas a vivir.
Alguien que toca tus almohadas y ve tus manchas marrones de baba (sin mencionar que entra a tu habitación, un lugar al que, si no sos tan fácil, cuesta llegar), que presencia quién en una division de bienes se lleva más que el otro, o se lleva cosas que el otro no sabe y las sube primero para que queden escondidas en el fondo del camión.

Estoy hablando nada mas ni nada menos que del fletero. La criatura más inocente e invasora que se ha ganado toda nuestra confianza sin hacer absolutamente nada. El que sube tu casa entera a un camión, y se dirige a una dirección sin que se te mueva un pelo de preocupación. Estoy convencida que la memoria de un fletero debe ser fuente inagotable de historias de mudanzas que no le deben llegar ni a los tobillos a las de un taxista.

Lo lindo sería que se juntaran. Me imagino algo así como un taxista llevando de pasajero a un fletero, que justo esa noche tenía que llegar rápido a la casa de sus suegros en San Cristobal, porque sino ni en pedo se toma un taxi, Bondi papá, hasta el fin del mundo.

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